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Mochila imposible |
La carpa que compré es de lo más linda y cómoda para vivir, pero horrorosamente pesada para ser de 2 personas... 3,5 kilos. Es que no podía dejar pasar el 30% de descuento que la dejaba en 7 lucas más que la carpa piñufla que pensaba comprar (con 1,5 kilos menos de peso, eso si).
La cosa es que haciendo malabares, disminuí un poco el peso y terminé levantándome a las 8:30 am, más cansada de lo que me acosté.
Tomé desayuno, imprimí el ticket de embarque y Marcelo me fue a dejar al aeropuerto.
El aeropuerto de Santiago (SCL), es otra volá. Nada parecido a PUQ. En Punta Arenas el aeropuerto es más pequeño, silencioso y vacío de lo que cualquiera de nosotros se esperaría. El de Santiago es como estar en el chilean Mi Pobre Angelito.
Hice la fila de Sky para vuelo nacional y pasé a dejar mi mochila. La niña del counter me dijo que tenía que sacar la carpa y los bastones; que pasaría la carpa aparte y que los bastones debían ir embalados. De ahí llegó a mirar el señor que se encarga del equipaje, y agregó que mi colchoneta también debía sacarla. Esto es una joda, pensé.
Ya había viajado así, en la misma aerolínea, aunque sin la famosa carpa y solo me habían dicho que debía ponerle las gomitas a las puntas de los bastones. La cosa es que nos empezamos a preguntar entre los 3 si había algo en qué envolver completamente los bastones. Como no había nada me recomendaron embalarlos en Secure Bag, un servicio muy nada que le dio el palo al gato, y que en mi caso no me parecía justificable de pagar. Por ocho lucas, sellan tu maleta u otra carga con un plástico verde, que se ve igual a la alusa sin color que le pongo a la ensalada de mi mamá. Bakán si quieres que llegue todo a su destino, pero no iba a pagar por envolver mis bastones solo porque a ellos se les ocurriera. La cosa es que el señor se hizo el caritativo y se llevó los elementos conflictivos. Llegó a los 2 minutos con las cosas alusadas (pero sin color) y asunto solucionado.
Ya había viajado así, en la misma aerolínea, aunque sin la famosa carpa y solo me habían dicho que debía ponerle las gomitas a las puntas de los bastones. La cosa es que nos empezamos a preguntar entre los 3 si había algo en qué envolver completamente los bastones. Como no había nada me recomendaron embalarlos en Secure Bag, un servicio muy nada que le dio el palo al gato, y que en mi caso no me parecía justificable de pagar. Por ocho lucas, sellan tu maleta u otra carga con un plástico verde, que se ve igual a la alusa sin color que le pongo a la ensalada de mi mamá. Bakán si quieres que llegue todo a su destino, pero no iba a pagar por envolver mis bastones solo porque a ellos se les ocurriera. La cosa es que el señor se hizo el caritativo y se llevó los elementos conflictivos. Llegó a los 2 minutos con las cosas alusadas (pero sin color) y asunto solucionado.
En la sala de embarque el ambiente estaba mucho más tranqui.
Tomé algunas fotos hasta que por fin comenzaron los llamados a embarcar. En el check in que hice el jueves alcancé a tomar ventana y fue bacán. A mi lado se sentaron 2 españolas. |
Despegue, despegue, despegue! Creo que así como se lucha por la paz, la igualdad, salud, vivienda y educación, debería lucharse también por el despegue como punto fundamental de los derechos de las personas.
Entre nube y nube (turbulencia y turbulencia), yo iba felizmente asustada, mientras la guagua de atrás lloraba, hasta que la cosa se intensificó un poco y la española del lado gritó de miedo. Me pregunto si es que en el primer mundo no habrán turbulencias, sobre todo después de que la otra española le preguntó indignada a la azafata que por qué se movía tanto el avión (en verdad era como un columpio, pero qué sentido tenía reclamarle a la azafata...si íbamos a morir, con o sin reclamo lo haríamos igual).
Después de que almorzara charquicán como niña somalí, el avión aterrizó de guatazo en PMC. Compré un pasaje a Puerto Montt y esperé un rato a que el bus saliera.
En Puerto Montt hay más terminales de buses que en Santiago. La misión era estar a las 16:30 en el terminal de Cruz del Sur de Panamericana... ni idea. El bus del aeropuerto me dejó a las 16:25 en el terminal municipal de Puerto Montt. Tomé la micro sin pensar en que alcanzaría a llegar, pero con la mini remota posibilidad de que dióh existiera e hiciera que el bus se atrasara en llegar. Pero obvio que dióh no existe. El chofer de la micro paró en todos, TODOS los semáforos de un recorrido miserable y eterno. Pero odié al chofer con todo mi corazón cuando se le olvidó avisarme de que ya habíamos pasado el terminal.
Llegué a las 16:42. Pregunté por si acaso, pero realmente el bus ya se había ido. Compré un pasaje nuevamente y fui por un enchufe. Tomé el bus de las 17:55 que salió 10 minutos tarde con destino a Castro. Gracias dióh.
Llegamos al taco eterno del ferry y una niña se subió al bus a vender empanadas de queso. Obvio que le tenía que comprar. Todo el bus le compró!
Ya por fin sobre el ferry, me bajé a mirar el Canal de Chacao y a tomar fotos. Vi hartos lobitos de mar y pájaros mirando la cena nadar.
Canal de Chacao |
El viaje se me hizo eterno. Llegué a las 22:00 hr a Castro hecha bolsa. Como mi viaje en solitario es una farsa hasta cierto punto, Caro me fue a buscar y tomamos un taxi a su casa... otra vez hermosa, pero esta vez en versión mini y ya no en el centro, sino que saliendo hacia Chonchi.
Cabaña de Caro y Fabiola |
Estaba su compañera de casa con un amigo de cumpleaños. Dejé las cosas y salimos a celebrar al Enjoy junto a otras personas más, hasta la 1 aprox.
Después nos fuimos las tres al centro de Castro, al mismo bar al que fuimos el año pasado, el 43. Pasamos al escondido patio interior y fue como abstraerse y transportarse a años que no conocimos: un lugar rústico, abierto pero techado, con mesas de madera hechas sin ninguna prolijidad, con paja en el suelo, una plantita en bolsa negra de decoración sobre las mesas y el fuego en el brasero. Un grupo tocaba canciones hermosas con un violín, una flauta traversa, una guitarra, un bajo y la voz increíble de una niña. Salimos de ahí después de que el grupo se fue, y entramos al 880, un local en llamas y absolutamente repleto por el show de Chorizo Salvaje. Escuchamos las últimas 2 canciones y nos fuimos a La cueva de Quicaví, un bar rockero, a tomar cerveza de litro con papas nativas con mayo-siboulette.
La carta gantt decía para esa noche: Carretear en Castro: doble ticket