sábado, 18 de febrero de 2017

Tranquilo- Cochrane-Coyhaique- Castro- Santiago

Día 7

Me fui del hostal a la playa. Estuve ahí un rato, y como el bus a Cochrane demoraría un par de horas en llegar desde Coyhaique, fui a hacer dedo a la salida de Tranquilo (1 cuadra al sur del "centro") para ganar tiempo. No resultó. Cuando ya faltaba poco -supuestamente- para que pasara, fui a esperar el bus. Ahí hablé con una pareja que pretendía viajar en un par de días desde Chacabuco a Quellón sin ninguna planificación. Cuando les dije que las barcazas no salían todos los días y que en verdad lo mejor era comprar pasajes de forma anticipada, les cambió la cara heavy metal, así que zafé del momento incómodo cuando otra de las personas que esperaba eternamente el bus empezó a refunfuñar. Era la Coni, que también venía viajando sola desde Santiago. Nos sentamos juntas cuando por fin llegó el bus y todo fluyó mágicamente.

Cochrane era mucho más grande de lo que esperaba. Era una ciudad.
Arrendamos una pieza juntas en una hostal donde ella tenía reserva.

Pasamos al café Nación Patagonia, frente a la Plaza de Armas, que luego se convirtió en mi lugar favorito de lo poco que conocí de la ciudad. Su dueño era un Santiaguino radicado en Cochrane hacía varios años, de lo más amoroso. Probamos kuchen y pie de limón nivel dióh con el infaltable chocolate caliente para mí y un tecito para la Coni. Ese día cerraban temprano porque era la semana de Cochrane y estaría Illapu en el gimnasio municipal. Estaban todos tan emocionados con el evento que nosotras también partimos para allá. Estuvimos 10 minutos y arrancamos... Demasiada localidáh para nuestro gusto, con las candidatas a reinas incluidas.

Compramos unas cervezas y fuimos al mirador de la ciudad. Cual Renca la lleva, Cochrane también tiene su nombre en lo alto. Es un buen lugar para quedarse a pensar o conversar.



Día 8: Nos levantamos temprano para tomar el bus-micro que nos llevaría a Caleta Tortel. Luego de unas 3 horas llegamos y resultó ser absolutamente distinto a cualquier otro lugar que hubiese conocido. Salimos del estacionamiento y entramos por las pasarelas. 

Las estructuras están en buen estado, ya que por lo que supe, durante el gobierno de Piñera se hicieron algunas remodelaciones. 


Tortel es demasiado tranquilo y bonito. Un poco hediondo por la humedad y con muchos muchos muchos perros a su suerte. El día estaba nublado y casi no habían turistas.

Decidimos almorzar en Sabores locales, que aunque a esa hora aún estaba cerrado, la dueña nos quiso atender de todas formas. Era Maritza Reyes, dirigente de turismo y presidenta del Comité de Agua Potable de Caleta Tortel. Nos contó su lucha y triunfo contra Hidroaysén y el nulo respeto que tiene para los pobladores -desde siempre- el diputado Iván Fuentes, por su estrecha relación con las pesqueras.

Mientras alistaba todo para abrir el local, aprovechamos de ir a comprar mermeladas que la Coni quería llevar a Santiago.

Caleta Tortel es súper caro, en todo sentido... Pero como es tan bonito, pareciera que a uno no le estuvieran viendo la cara.



Volvimos al restaurant y la leña ya estaba encendida. Sabores locales es un lugar extremadamente acogedor, con bancas de madera (allá todo es de ciprés de las guaitecas) y una vista hermosísima. La comida es preparada con dedicación, pero la verdad es que a mí no me gustó; a la Coni le encantó.

Yo había decidido ir por el día a Tortel, por plata y tiempo, y la Coni me siguió en mi decisión. 

Volvimos a Cochrane y nos cambiamos de hostal a uno mucho más libre y cerca del centro. Volvimos a tomar once en Nacion Patagonia porque es la bakanidah. 

Día 9: Nos levantamos muy temprano para tomar el bus a Coyhaique. Cuando pasamos por Tranquilo bajamos a comer (todo el bus incluido el chofer) y a aprovisionarnos de chocolate. Ya de vuelta en Coyhaique, fui a dejar mis cosas a la hostal mientras la Coni esperaba que volviera la persona que atendía una de las ventas de pasaje. Nos juntamos a comer y nos recomendaron un tenedor libre de las mil maravillas. Cuando lo encontramos estaban cerrando. Fue terrible porque Coyhaique está casi muerto los domingos.Terminamos comiendo chorrillana en un local cerca de la plaza.

La Coni se fue a la casa de un amigo y ahí finalizó nuestro viaje conjunto. Recuperé mis chalas y mi toalla olvidada en la hostal y me di cuenta de que había dejado mi bitácora de viaje en el bus. Cuando fui a rescatarla al terminal, ya estaba cerrado (cierran a las 18:00).

Día 10: Me fui de la hostal, tomé un bus-micro camino a Aysén y me bajé en la no entrada de la Reserva Nacional Río Simpson. Cuando llegué a la entrada, no había ni guardaparques, ni visitantes; sólo jardineros. Entré al "museo", hice un mini mini paseo hasta el río Simpson y esperé un rato ahí porque suponía que el guardaparque a esa hora estaría almorzando. 

Volví y lo encontré. Me dijo que el único sendero de la Reserva era El pescador, y que la entrada estaba en dirección a Coyhaique. Me dijo y me recalcó que era harto, pero en verdad en kilómetros era nada. Le pedí dejar la mochila ahí; no quería que le pagará pero le insistí y me regaló un sticker de huemul ❤️. 

Caminé un rato al inicio del sendero, hasta que pasó en su camioneta y me dejó en el inicio del sendero. El pescador hace un recorrido lindo pero muy poco alejado de la carretera.  La verdad es que se escucha el ruido de los autos pasar y cuesta abstraerse de la civilización cuando no se está lo suficientemente cerca del río. Acá también hay una plantación de pinos, pero menor que lo que había visto en la Reserva Nacional Coyhaique. Volví a buscar mis cosas y tomé el bus a Aysén.


Mi intención era recorrer los atractivos de esa ciudad pero en verdad no existen, a mi parecer. Aysén es una ciudad-pueblo más famosa de lo que debería, nunca entendí  como el centro era el centro y que el puente famoso fuera en realidad tan nada. Así que decidí ir al tiro a Puerto Chacabuco a esperar la barcaza. 

Tomé un transfer (que es la forma normal de movilización urbana entre Aysén y Chacabuco) y al llegar no tuve más que hacer que esperar por dos horas. Puerto Chacabuco también es muy nada, así que sólo fui a esperar a una plaza frente al embarcadero. Corría mucho viento así que subirme a la barcaza fue lo mejor de esa tarde.

Día 10: Navegué todo el día en la barcaza y dentro de los pasajeros iba un acordeonista que viajaba a un campeonato en Chiloé. El señor armó todo un espectáculo en la barcaza y en verdah fue muy lindo escucharlo y verlo tocar. A las horas se sumó una guitarra y una voz.

Día 11: Llegué por la mañana a Quellón y el terminal de buses colapsó. Llegué a Castro, luego a la casa de la Caro, dejé mis cosas y tomé una micro a Chonchi. Fui a La ventana de Elisa, un local muy lindo y rico en el que había estado hacía unos años. La comida bonita y nivel dioh. Quedé muy feliz. 

Tomé el bus a Queilen y me junté con Caro. Dimos una vuelta por la costanera y fuimos a Chonchi a tomar once al mismo lugar. Volvimos a Castro y salimos en la noche con una compañera de trabajo de ella que por esos días había terminado de hacer práctica.